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Pepe Martínez: "Don Antonio Salas era un ser excepcional"

Cieza.es | 3 de junio de 2020 a las 14:06

"Estaba espiritualmente preparado. Expiró rodeado de su familia, que somos los que le conocimos y le amamos, y somos muchos", escribía el periodista ciezano Alejo Lucas. Así encaró la muerte el anciano sacerdote en la madrugada del 14 de octubre de 2012, con absoluta entereza, arropado por los suyos, especialmente por Pepe Martínez y su mujer Ramona, ángeles de su guarda. Este lunes se cumple un año del adiós a un cura entrañable.

Pepe Martínez Cantón y Ramona Palazón Miralles, los vecinos de Antonio Salas Gálvez (Murcia, 1928-2012) durante más de cincuenta años, tienen muy presente la memoria del que fuera hijo adoptivo de Cieza. A este matrimonio de jubilados se le amontonan los recuerdos cada vez que se sienta en el sillón del salón: "Espero siempre verle por la galería interior del patio de luces. Es inevitable echarle de menos, no nos hacemos a la idea". Y es que no se creen todavía que hayan perdido para siempre a un "padre".

Una fidelidad servicial, inmutable, de una confianza hermética a prueba de quebrantos. En esta época de gratitudes efímeras, de compromisos volátiles, resulta reconfortante saber que en un edificio acontecen cosas tan estimulantes como que las relaciones de vecindad se tornan en familiares. Nada del otro mundo, dirá alguno. "El trato era diario. Vivíamos puerta con puerta, y eso facilitó que estuviéramos muy íntimamente unidos a él. Fue un buen hombre y una persona muy caritativa". Su personalidad era arrolladora, vital, cercana y humana. Con bonhomía, sencillez y humildad, cualidades que no se estilan mucho, conquistaba a todos.

Salas fue una de esas pocas personas que sabían combinar con acierto los dos sentidos que acompañan a la inteligencia, el común y el del humor. Manejaba anécdotas, sucedidos y chascarrillos con verdadera maestría. Le gustaba acogerse al calor de la mesa camilla. "Era un buen conversador con el que se podía hablar de cualquier tema. Eso sí, durante la comida solo hablaba de gastronomía. Tenía una preparación fuera de lo común, con un concepto de la vida muy especial". Además se desenvolvía en las tertulias con su proverbial memoria y empleaba con soltura la retranca: "Cuando no sabía responder a algo, decía 'vamos a dejarlo en manos de Dios'".

El que fuera durante décadas predicador del Acto del Prendimiento en la noche del Martes Santo ciezano dedicó toda su vida a sus dos grandes pasiones, el sacerdocio y las personas, y "creo sinceramente que en las dos lo hizo muy bien". Era un cura enamorado de su vocación, enamorado de la Creación y de sus criaturas, enamorado de Quien les brinda hálito y sustento. "Fue un sacerdote muy avanzado a su tiempo. Poseía una fe ciega aunque no le gustaban algunos aspectos de la Iglesia. Creo que hubiera comulgado muy bien con el papa Francisco I", apostilla Martínez.

Un año después de su muerte, como no podía ser de otra manera, resplandece una figura de un vigor humano inusitado. Una amalgama espléndida de valores y virtudes que calaron hasta el tuétano la conciencia de todos aquellos que fueron alumnos suyos en el IES Diego Tortosa o feligreses en la parroquia de San Juan Bosco. "Don Antonio era un ser excepcional. Él era más grande que todas las cosas". Está seguro de que pocas veces habrá encarnado un ser humano tantos perfiles fascinantes para quienes disfrutaron de su presencia y magisterio.

Pepe evoca el accidente doméstico que tuvo quince días antes de su fallecimiento y deja entrever un poso de amargura. "Aquella mañana, tuvo una caída en su casa. Ese domingo no nos fuimos mi mujer y yo al campo como era costumbre. Parece que Dios así lo quiso. Oímos unos golpes en la pared y lo encontramos tirado en el suelo con la cadera rota. Nunca esperé que todo fuera de una forma tan rápida. Supongo que fue el mismo sentimiento de todos los que apreciábamos a Salas". Murió en el Hospital de Cieza como consecuencia de las complicaciones causadas por la rotura de cadera.

"Después de dos semanas agónicas de dolor asfixiante que no se merecía, ya descansa en paz nuestro querido curica Salas, don Antonio. Falleció en la madrugada de ayer lunes y lo hizo mansamente", escribía Alejo Lucas en el diario La Opinión de Murcia. Entre los días que mediaron entre la caída y la muerte, Martínez Cantón se hallaba a su cuidado como otros tantos amigos del anciano sacerdote, cuya vida se quebró en mil pedazos. Pepe y Ramona, los ángeles de su guarda, lloraban en silencio, sin consuelo, por la pérdida del hombre bueno.